domingo, 20 de septiembre de 2015

Del despido

El acto de despedir a alguien de un trabajo tiene una fuerte connotación injuriosa, peyorativa, seguramente porque no es ninguna gracia para quien a partir de ese momento pasa a engrosar las multitudinarias filas del desempleo.

Curiosamente, de estos infortunios suele sacarse abundante material cómico, para vilipendio de la persona afectada, aunque siempre se trata de humor negro, pues la situación ciertamente no es de risa.

Yo lo sé porque ha mucho tiempo, tanto como más de un cuarto de siglo, fui despedido de mala manera. Cobré venganza simbólica, literaria, discursiva. Aún me regodeo en ese rebelde recuerdo, sí, pero la espina todavía está allí (y aunque no es secreto, algún día lo contaré).

Comoquiera, en un mundo civilizado (es decir, otro distinto a este), el despido debería mostrar cierta dosis de respeto para la dignidad de la persona con quien un patrono o empresa ya no va a contar.

Prescindir de los servicios laborales de alguien no debería ser la consecuencia del capricho, exabrupto o desborde emotivo de su jefe o jefa. Incluso cuando ha habido una discusión fuerte y hasta salida de tono (siempre que no se hayan ido a los puños, arañazos o un mutuo mesar de los cabellos) la reflexión es imperativa y la justificación debe estar bien elaborada y fundamentada.

Esto implica con frecuencia remitirse a antecedentes, por lo que un despido no tendría que ser sorpresivo, sino hasta que cayó la gota que derramó el vaso, salvo que haya de por medio una infracción grave y evidente por parte del empleado/a.

Por lo mismo, el despido no debería ocurrir por venganza o desquite. O como suelen decir por aquellas tierras soñadas: “it’s business, not personal”. Si esto es sincero y no hipócrita, tampoco es que la persona cesada dará saltos de alegría, pero al menos no se añadirán clavos a su cruz.

And last but not least, hay que cuidar las formas. Un despido es un despido, no es un trance agradable y aunque se haga de la manera correcta tampoco se espera que el exempleado/a se deshaga en agradecimientos por el tiempo pasado. Habrá sinsabor y es comprensible, pero ninguna persona o institución que se respete tiene el derecho de humillar a alguien en el acto mismo de despedirle. La decisión se comunica (explica, razona) en privado y con calma, no con prácticas vejatorias como sacarle las cosas a la calle, que se entere al no dejarlo entrar al recinto laboral, notificarle su remoción -a veces, casi a gritos- frente a sus compañeros de labores, etc.

Miren, pues, que hasta para despedir a alguien hay que ser muy profesionales.

domingo, 6 de septiembre de 2015

Un Principito adaptado

Mi primer contacto con El Principito fue poco antes de cumplir mis diez años de edad, cuando mi hermana Delfy insistió en llevarme al cine a ver la película de mediados de los setentas. En esa época ella andaba muy entusiasmada con la obra, pero yo me aburrí mucho con aquel filme después de la primera media hora, ya que conmigo se cometió el mismo error involuntario que aún se repite: creer que la obra El Principito es literatura infantil.

Años después, tras dos o tres lecturas, el libro siempre me pareció una bonita historia y caí en la cuenta de que, en efecto, es para personas adultas que añoran una infancia idealizada.

Hoy, en esta época de redes sociales, veo que el libro y muchas de sus citas han sido elevados a una especie de oráculo místico que tiendo a rechazar, aunque admita que algunas de sus sentencias son, en su simpleza, reflexiones válidas e interesantes.

Dicho lo anterior, ¿por qué, entonces, me animé a acudir a la sala de cine a ver esta versión animada de El Principito?

Principalmente, porque con el tráiler me di cuenta de que no iba a ver la realización cinematográfica de la historia que nos cuenta el libro, sino un guion original que desarrolla una trama propicia para insertar en ella el tema del Principito, a través de algunas de sus escenas y personajes más significativos provistos por el anciano Aviador, vecino de la niña protagonista.

El ritmo y la tensión narrativa están diseñados cinematográficamente para mantener la atención del espectador, quien de esta manera logra apreciar una historia redonda (perfecta, completa, bien lograda).

De la impresionante técnica de animación no diré más que es una delicia visual. Otro punto a favor del filme es que se cuida muy bien de no trivializar los momentos emotivos, presentes e inevitables pero sin dramatizarlos excesivamente.

No es tan secundario el detalle que la película es en real 3D, eso es un plus que los ojos agradecen.

Pero... hay un "pero".

Al analizar su contenido, me surge un cuestionamiento importante, y es hasta qué punto la película nos presenta, por una parte, una apología de la infancia y, por otra, una visión madura y socialmente funcional del crecimiento (¿maduración?) en cuanto incorporación armónica al mismo sistema que aparentemente se critica (a través, principalmente, del tipo y papel que juega la escuela tradicional mecanizada y competitiva, a la cual se rechaza teóricamente pero al final se acepta de facto).

Así vista, trátase de una producción cinematográfica hábil e inteligente, aunque no del todo fiel al espíritu que Saint-Exupéry plasmó en su obra. En este sentido quizá sea, después de todo, un pequeño Caballo de Troya, cortesía del status quo, con una moraleja que dice: “recuerda con cariño tus antiguos ideales... desde tu sabia inserción en el sistema”.

sábado, 5 de septiembre de 2015

Plantones multimedia

A mediados de 2014, quise ver en una de mis creaciones artísticas en cierto formato multimedia. Con tal fin, contacté con personas que dominan esa área, para cotizar el trabajo y contratar su realización.

Casi un año después, estoy a las puertas de recibir el resultado de ese esfuerzo, no sin antes haber sido plantado, ignorado (en alguna ocasión, con desprecio) y ciertamente engañado por diversas personas a quienes acudí.

Cuando comencé mis gestiones, hubo un tipo que se mostró muy interesado en el asunto pero nunca me dio una cotización, sino que se dedicó a sondear cuánto estaba yo dispuesto a pagar; sin embargo, al conocer la cifra aproximada que le ofrecí (conforme al estándar profesional de ese tipo de trabajos), ya no recibí respuesta. ¡Vaya divo!

En la misma época de tal singular ninguneo, también contacté a alguien quien sí presentó un plan y una cotización. Hubo acuerdo formal y durante un tiempo me estuvo enviando varios adelantos del trabajo, de muy buena calidad técnica y artística. Sin embargo, en cierto momento y con la obra avanzada a más de la mitad, cortó todo contacto. Aún vive, lo sé, pero desde hace meses no me contesta el teléfono ni tampoco el correo, y en redes sociales se hace el disimulado, incluso con amigos comunes que le han dado mis recados. Desconozco el porqué, para mí es un misterio total. ¡Qué tipo!

En el proceso de asumir progresivamente esos plantones, pregunté a otra persona si estaba en condiciones de hacerlo. Dijo que sí, ya sabe, con todo gusto, no faltaba más, eso es fácil y que además -por no ser nada complicado- cobraría una cantidad prácticamente simbólica, tanto así que yo incluso le sugerí que replanteara sus honorarios porque hasta a mí me parecía muy poco. Casi medio año después, sólo tengo una muestra-ensayo de diez segundos (algo así como el 5%)... y entiendo que eso será todo.

Necio e implacable en mi búsqueda, llegué a plantearle el trabajo a alguien con más dotes de artista que de técnico multimedia. Nos reunimos en un café, el trabajo pareció interesarle y -en un momento de inspiración y cordial camaradería- dijo que eso sería una colaboración creativa, que no había vil metal prefijado, no obstante aceptaría lo que se le quisiera reconocer en agradecimiento. Pero las dos veces que planeamos reunirnos para absorber el espíritu del tema, el sujeto no llegó: la primera con una excusa emergente pero creíble; la segunda, con la más espontánea y silenciosa de las ausencias. No me ha contactado para reprogramar la reunión y, considerando las condiciones que puso, me da algo de pena insistirle más. Una lástima, porque habría quedado bonito.

De vuelta a la carga, di con un joven profesional, pariente de una persona a quien aprecio mucho. El primer contacto se produjo hace casi dos meses y aún espero que me envíe la cotización. Eso sí: espero sentado.

Finalmente, y ya casi por renunciar a mi búsqueda, encontré al sujeto actual. Cumplidas las formalidades, hemos discutido los detalles del trabajo, hay avances concretos y espero muy pronto el producto encargado, el cual estoy seguro será satisfactorio.

¿Recuerdan cuando dije: “a mediados de 2014, quise ver en una de mis creaciones artísticas en cierto formato multimedia”? Pues nada, ahora reformulo digo: “a mediados de 2014, no sabía cuánto habría de sufrir mi paciencia por ver una de mis creaciones en cierto formato multimedia”.